Tristeza y decaimiento resuenan en mi ser como mar de fondo. Respiro y abrazo mi estado con toda la ternura y la calidez de mi aspecto maternal, que con tanta firmeza y ecuanimidad se ha manifestado en mi vida actual. Tras este movimiento integrativo que me permite expresarme desde la serenidad, vuelvo a la indagación introspectiva y permanezco expectante, paciente, dispuesta a discernir y elegir las palabras susceptibles de concretizar lo que, de momento, es una idea abstracta. El hecho de ser abstracta, no le resta en absoluto firmeza y veracidad. Con frecuencia, el recorrido que sigue el hilo narrativo, explora senderos circundantes antes de dar con el sendero principal, aquel que conduce al núcleo de la idea. Está bien, en realidad no hay prisa, el objetivo es alcanzar el núcleo saboreando el recorrido. Muchas veces, surge una pregunta clave, cuya fuerza y precisión nos jala hacia el discurso principal. Dicha pregunta ahora plantea lo siguiente: ¿Qué es la soberanía? La soberanía se define, y a mi entender sólo se define, como la capacidad individual y orgánica de reconocer la propia autoridad como la única autoridad y representativa de la Voluntad Superior. La soberanía no se alcanza de forma mental, es más bien una certeza que valida la conexión individual con la Fuente de la que el ser procede. Si me detengo en este punto del recorrido y miro alrededor, puedo observar algunas bifurcaciones en el sendero, una de ellas parte de la pregunta que plantea si soberanía y libertad son ideas sinónimas. Un poco más adelante me dedicaré con sumo gusto a explorar esta respuesta, sin embargo, ahora, deseo regresar al discurso principal.
La siguiente pregunta que me devuelve con fuerza al sendero principal es ¿Soy soberana? La respuesta es un contundente: Sí, soy soberana. En este punto, el recorrido discursivo prosigue de la siguiente manera: Dicha declaración de soberanía mediante la que afirmo que soy soberana, es, desde un punto de vista metafísico, un salto cuántico que posibilita que mi mejor futuro me venga a buscar (para que me entendáis, mi mejor futuro alude a la Realización máxima, a la liberación completa de todo condicionante). Aquí y ahora, en tales circunstancias sociales y humanas, profundamente disfuncionales, distópicas e incluso maléficas (por utilizar una palabra suave) que, aparentemente, ponen en entredicho las libertades de los seres humanos, no veo otra forma posible de conquistar la victoria. Dicha victoria tiene todo que ver con recuperar las libertades que nos han arrebatado por el camino de la liberación de los condicionantes.
Ahora sí, tomo la bifurcación que explora el concepto de libertad. En cuanto a la pregunta de si soberanía y libertad son ideas sinónimas surge una respuesta inicial, talvez, la más fundamental de todas: soberanía y libertad son ideas sinónimas sólo para la definición de libertad que la define como “ausencia de miedo”. Cuando no hay miedo, lo que queda es Amor. El Amor es la Cualidad Esencial del Ser Original del cual somos un fractal. Pero vayamos por partes, porque en este punto aparece un vasto terreno por explorar: ¿Cómo se experimenta el Amor? Cabe precisar aquí que el Amor no es tanto una experiencia, sino más bien, como hemos afirmado antes, un hecho intrínseco al ser, la Cualidad Esencial del mismo. Pero entonces ¿Se puede sentir el Amor? ¿Cómo se expresa el Amor? Sí, el Amor se puede sentir, pero talvez no sea ese el aspecto más importante del mismo (en otro momento exploraremos lo que significa sentir el Amor). El aspecto más importante del Amor talvez sea que su expresión es la respuesta eterna de la Consciencia. Dicho de otra forma, la expresión del Amor es la Consciencia. Si en un ejercicio conceptual, reducimos la Existencia a dos aspectos fundamentales, masculino y femenino respectivamente, surgen los conceptos de Consciencia y Energía. La Consciencia moviliza la Energía, o dicho a la inversa, la Energía se mueve, organiza, distribuye y se plasma en función de la Consciencia. El Amor, como expresión de la Consciencia, nos capacita para trascender los condicionantes que nos privan de la libertad. Aquí llegamos a un punto clave. En esta experiencia humana, hemos venido a encarnar muchos condicionantes y aunque tal cosa parezca un objetivo macabro, tiene como propósito el eterno ejercicio de la expansión de la consciencia. Tal como yo lo entiendo, el objetivo ulterior de la experiencia humana es, a través de la expansión de la propia consciencia, contribuir a la expansión de la Consciencia Suprema. Cuando, en el genuino ejercicio de apelar a la Consciencia Suprema, vamos trascendiendo los condicionantes adquiridos en la experiencia de encarnar, estamos ejerciendo nuestro derecho natural de soberanía. Los condicionantes limitan nuestras libertades humanas, pero ello no nos arrebata la soberanía, muy por el contrario, es la soberanía la que posibilita la trascendencia de nuestros condicionantes humanos. Sin lo primero, no se llega a lo segundo.
A medida que trascendemos los condicionantes a los que la personalidad se aferra, recuperamos nuestras libertades perdidas. En este sentido, soberanía y libertad no tienen porque ser sinónimas, porque, desde el punto de vista de la mera experiencia humana, no somos libres, en cuanto que todavía hay condicionantes que trascender. Esto aplica, prácticamente, a todos los seres humanos. Tenemos un ejemplo muy claro en el hecho de que, de momento, tod@s estamos supeditad@s, cuanto menos, a la degeneración y al envejecimiento de nuestro cuerpo físico. Es beneficioso tener en cuenta dichos condicionantes no vienen de fuera, contrariamente a lo que pudiera parecer, sino que los tenemos dentro. Lo de fuera siempre es un reflejo de lo de dentro.
Somos seres espirituales que hemos venido a vivir una experiencia humana. Esta cualidad de ser espiritual es común a todos los seres humanos, indistintamente de los muchos significados que se le puedan dar al calificativo “espiritual”, el cual está enormemente desvirtuado. “Espiritual” y “consciente” no son adjetivos sinónimos. Espirituales, ya hemos dicho que somos tod@s, conscientes no, ni mucho menos autoconscientes. Con frecuencia asociamos la espiritualidad a la consciencia y caemos en la trampa egoica de darle valor a las formas por encima del valor de los contenidos. Algunas personas confunden la aspiración genuina de la consciencia humana con las conductas que se asocian a la espiritualidad, de esta forma, tendencias como el yoga, la religión, la meditación, la oración, la canalización, el abrazarlo todo y a tod@s, el vegetarianismo, el veganismo, el ecologismo, etc. se consideran prácticas espirituales aun cuando pueden estar alejando al ser de su propia consciencia, o lo que es lo mismo, solapando tendencias mentales inconscientes. Por poner un ejemplo, cualquier conducta ecológica externa, por muy exhaustiva que sea, si no va acompañada de una profunda ecología mental, de nada sirve, y lo subrayo, de nada sirve y a nada real contribuye…
El camino hacia el centro del ser no tiene que ver con las formas, sino con una intención honesta, voluntaria y sostenida de autoconocimiento, única forma genuina de expandir la propia consciencia y alcanzar la autoconciencia. En el trayecto descubrimos nuestras limitaciones y las abrazamos, descubrimos y gozamos de nuestras resonancias y también descubrimos nuestras repulsiones y aquello que nos causa rechazo. La integridad no consiste en forzar el abrazo de aquello o aquella persona que me causa rechazo, sino más bien consiste en abrazar la propia experiencia de rechazo, cosa que transciende el juicio necesariamente.
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