Torogó

Transcripción no literal sobre el contenido del siguiente vídeo por concordar plenamente con lo que en él se dice

   En su acepción pura, una Ley es un precepto Universal inmutable, que aplica siempre, indistintamente del conocimiento o desconocimiento que se tenga del mismo. Esta definición se ajusta perfectamente a lo que serían las Leyes Naturales y las leyes físicas. El problema es que los mandatarios que ejercen poder sobre los seres humanos interfieren tendenciosamente en el proceso de legislar, no sólo elaborando leyes perversas que vulneran los derechos humanos, sino también, elaborando constantemente infinidad de “leyes”, normas o preceptos, que son, de facto, imposible de conocer por su vastedad, dejando a la ciudadanía en situación de indefensión jurídica. Este hecho, por sí mismo, va contra natura, es un sistema coercitivo, un modelo ficticio que lo que realmente busca es la subyugación para debilitar o suprimir la soberanía individual. La ciudadanía, frente a tal profusión de normas, tiende a eludir su responsabilidad permitiendo que otr@s decidan por ell@s.

   La Ley Natural se resume en una sola ley: no robar. Si analizamos bien este precepto, veremos que incluye todo, por ejemplo: matar sería robar la vida; violar sería robar la inocencia y la dignidad; imponer sería robar la soberanía individual; dañar a alguien sería robarle su integridad; etc. Esto se puede resumir diciendo que no infringimos ninguna ley si no dañamos a nadie ni a su propiedad. Sin embargo, para seguir con este hilo discursivo, la ley positiva vulnera el significado profundo de esa única Ley Natural que las incluye todas. Tenemos un claro ejemplo en las normas de tráfico, escojamos, en concreto, la norma del límite de velocidad. Si observamos con lupa esta norma coercitiva nos encontramos con dos de las incongruencias mencionadas: la primera es que, en una ruta determinada, se cambian con bastante aleatoriedad los límites de velocidad y con frecuencia se aprovechan estos tramos para colocar radares de control, razón por la cual es difícil saber cuál es verdaderamente el límite en un momento dado, muy fácil superar el límite y por lo tanto, muy fácil incurrir en la supuesta “falta”; pero además, al superar este límite de velocidad, que cambia con frecuencia dependiendo de los tramos, no estamos infringiendo daño alguno a nadie, sin embargo la sanción nos llega igualmente. Esta entidad abstracta y ficticia que nos legisla nos está regulando bajo el argumento de que las normas se elaboran por nuestro bien y para nuestra protección. En este punto enlazamos con otra cuestión importante: de acuerdo a la Ley Natural, el ser humano de carne y hueso es soberano por derecho, a quien reclama y ejerce la soberanía no se le puede regular. Lo que verdaderamente están regulando es a la ficción jurídica que han pretendido que seamos. El sistema legal imperante sólo tiene autoridad sobre el constructo legal y las ficciones jurídicas que ha creado, puesto que es el autor de las mismas, pero no puede regular al ser vivo que somos, puesto que no somos su creación. Autoridad viene de autora o autor; es decir, de facto, la autoridad se deriva de la autoría; nadie tiene autoridad real sobre algo que no nos es propio. Este sistema ficticio que vulnera completamente la Ley Natural, es un engaño; mediante una serie de subterfugios que empiezan en el registro civil y pasan por la expedición del dni, maniobras de las que la mayoría de los seres humanos no están al corriente, el sistema ha subvertido la verdadera condición de ser vivo del ser humano reduciéndolo a una ficción jurídica y a la categoría de mercadería. Sin saberlo conscientemente, hemos entrado a formar parte de este sistema ficticio y hemos cedido nuestro poder y delegado nuestra autoridad en el estado, aceptando nuestra condición de esclavitud.

   Somos seres libres y soberanos por derecho de nacimiento, y por derecho de nacimiento gozamos de unos derechos inalienables. Sin embargo, pierde sus derechos quien no los usa y no los defiende. El sistema nos ha engañado y, vulnerando la Ley Natural y menospreciando el ser vivo que somos, ha creado de nosotros una ficción o persona jurídica. A partir de ahí, el estado considera que somos de su propiedad, lo cual implica que nosotr@s no somos propietari@s de nada, como mucho somos titulares de lo que “poseemos” y es el estado quien nos concede el permiso o derecho de uso, siempre a cambio de una tasa o un impuesto que él mismo estipula. La norma del sistema es la prohibición y las concesiones sobre las normas siempre tienen un precio.    La soberanía sólo puede basarse en la libertad y en la responsabilidad. Sin libertad no hay experiencia y por lo tanto no hay aprendizaje ni expansión de consciencia. Sin la libertad que nos permite experimentar el ensayo y error, no hay posibilidad de asumir la responsabilidad y viceversa, la libertad que nos permite actuar y equivocarnos, va directamente relacionada con la asunción de la responsabilidad por la consecuencia de nuestras acciones. Ahí está el aprendizaje, ahí está el crecimiento. Una cosa va de la mano de la otra. Esta perversa maniobra del sistema que lleva largo tiempo imponiéndose, genera seres alienados de su verdadera naturaleza y los aleja de su capacidad de responsabilizarse de su propia vida y experiencia. Pero la soberanía de quien la reconoce y la reclama se impone. No hay marcha atrás en este proceso que cuenta con el beneplácito de la Consciencia Suprema, de la Divinidad Creadora de la que formamos parte. Ninguna ficción ni mentira podrá tener nunca poder sobre la Verdad del Ser. Eso es lo que a mí me da fuerza y me permite confiar en el proceso.                      

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