roella

Retrospectiva, artículo del 8 de abril del 2020

   Escogí para nacer una familia que no supo quererme ni respetarme, que no me concedió a penas espacio vital y me sustrajo el lugar que me correspondía dentro de mi propio sistema. Así crecí marcada por una gran impronta de no merecimiento, a la vez que quedé por mucho tiempo atrapada en la dolorosa y desesperada confusión de creer que algo estaba mal en mí y que por lo tanto no podía ser yo misma, que tenía que intentar agradar a l@s demás para ser reconocida y aceptada, cosa que contribuía en realidad a mantenerme alejada de mí misma y de mi realidad interna. Durante una buena parte de mi vida escogí relaciones con personas tóxicas, que no me querían ni me respetaban, tal era el patrón destructivo que había quedado grabado a fuego en mi psique. A la par, en respuesta a una llamada interna y profunda, fui haciendo un trabajo perseverante y honesto de autoindagación, fue así como finalmente me encontré a mí misma, y fue, así mismo, como descubrí que las causas de nuestra realidad no están afuera, sino adentro.

   Por suerte para mí y en contraste con mi disfuncionalidad en las relaciones, tuve siempre un sexto sentido que me guiaba, me permitía ver más allá de las apariencias y darle valor a las cosas esenciales y verdaderas de la vida. A día de hoy mis relaciones son saludables, pero confieso que aún veo a mi alrededor una gran falta de amor, que dicho sea de paso, es lo más esencial y verdadero de la vida, así como lo más necesario para el ser humano.     

      ¿Pero por qué explico todo esto? Lo explico porque toda esta esperpéntica situación de confinamiento que estamos viviendo me suscita una profunda reflexión en relación al tema de las relaciones entre los seres humanos, y en relación a la relación de las personas consigo mismas (valga tanta redundancia). El confinamiento pone de manifiesto una realidad preexistente en una gran parte de la humanidad: las relaciones se han virtualizado y digitalizado en extremo en detrimento de las relaciones reales, de las relaciones francas, próximas, respetuosas y profundas, esas que nos permiten compartir situaciones reales, que nos permiten conocernos de veras y reconocernos a nosotr@s mism@s en ellas. Pero esto es sólo una parte de la vida disfuncional que llevamos, desnaturalizada, mediatizada por intereses que nos son ajenos. Porque lo cierto es que vivimos confinad@s en unos intereses falsos que no son los nuestros verdaderamente, vivimos confinad@s en mentes estrechas, vivimos vidas insustanciales, invertimos una enorme cantidad de nuestro tiempo (llámese trabajo) en actividades que no satisfacen nuestras aspiraciones o sueños. Para colmo invertimos una buena parte de nuestro tiempo de ocio en quedarnos colgad@s de las pantallas permitiendo que los programas a los que nos enganchamos nos hipnoticen y nos sustraigan la poca creatividad que nos queda. Hemos sustituido la vida real por una vida virtual, falsa, vacía y por desgracia, dadas las patológicas circunstancias del mundo entero, ésta no es para nada una situación minoritaria. Los “peligros” que se ciernen sobre nosotr@s no son otra cosa que el reflejo del gran atentado individual de cada persona hacia su propia vida. Hemos sustituido la responsabilidad (reconocer que las causas están adentro) por el culpabilizar (creer que las causas están afuera). Estamos muy lejos de saber quién somos, qué sentimos, qué queremos. Estamos muy lejos de saber amar, pues para empezar despreciamos nuestra propia vida. Pero eso no es lo peor, lo peor es que no lo sabemos. El amor por la vida empieza en el anhelo profundo y honesto de conocerme, autodescubrirme y de aceptarme. Si no sé quien soy, si no descubro cómo soy, cómo siento, cómo actúo, si no puedo aceptarme como soy, más allá de todo juicio, nunca seré capaz de aceptar a l@s demás. Si estoy lejos de mí misma, lo de fuera me da miedo. Si no me conozco, soy sugestionable. Si soy sugestionable, me expongo a todo tipo de manipulación. Lamentablemente, este es el retrato de nuestra realidad actual. Sé que todo tienen propósito, que nada se escapa a la Suprema Inteligencia de la Providencia, aunque ahora mi pequeña mente humana no alcanza a imaginar cómo saldremos de todo este embrollo en el que nos hemos metido. Lo mejor que podemos hacer ahora es conectar de forma consciente, tantas veces al día como nos sea posible, con el Amor dentro de nuestro Corazón, pues esta es la Naturaleza de nuestra Divinidad Interior. Dejar en sus manos nuestras dudas y nuestros temores. Desde el punto de vista humano, lo que está sucediendo en el planeta Tierra es muy gordo, es imposible que nuestro pequeño yo humano tenga la solución a tanta distopía.  

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