Soy una persona de mente abierta, lúcida y autorreferente. Encarné con un alma muy cándida y expuesta, sí, pero también con un gran anhelo de veracidad que posibilitó y posibilita el desarrollo de la capacidad de distinguir lo real detrás de lo aparente, lo cual me permitió descubrir algo fundamental: la importancia vital de enfocar esa habilidad hacia adentro de mi propio sistema, mi propia mente y en definitiva de mi propio ser. Sin ese enfoque, la búsqueda de la verdad se queda en agua de borrajas, por cuanto a la Verdad sólo se puede llegar desde el interior. Encarno una enorme curiosidad y una sed, casi insaciable, de conocimiento y autoconocimiento, pero he sabido distinguir, claramente, que, detrás de ese gran anhelo de conocimiento de los seres humanos se oculta el anhelo de la realización del Ser.
Además de llevar muchos años practicando la autobservación y la serena expectación, he pasado mucho tiempo buscando y explorando fuentes diversas de conocimiento, pero en mi búsqueda y en mi recorrido, y como fruto de mi experiencia, he desarrollado un saludable escepticismo que me permite mantener una cierta distancia de aquellas interpretaciones sobre la naturaleza de la realidad que yo no pueda comprobar por mí misma. Sin embargo, en relación a mi propia naturaleza humana y puesto que dispongo, como muchos otros seres humanos, de mis propias herramientas, memorias y capacidades cognitivas y perceptivas para ello, he llegado a unas certezas de naturaleza espiritual que son absolutamente irrefutables, porque son internas.
Nadie puede negar que en la actual era de la información (o desinformación) hay infinidad de interpretaciones y relatos sobre la naturaleza de la realidad y del universo, sobre la cosmogénesis y sobre el origen espiritual del ser humano, infinidad de fuentes y relatos disponibles que se ofrecen para ser consumidos como cualquier otro producto de consumo. Lo que en mi recorrido y experiencia he podido percibir es que muchos de ellos nos enganchan porque ofrecen retazos de veracidad, verdades parciales que nos ponen en resonancia, y que son susceptibles de satisfacer -por supuesto parcialmente- esa sed de respuestas. El problema con esto es que, mediante el anzuelo de esa verdad parcial, se siguen introduciendo en la mente egoica del ser humano muchísimos postulados corruptos, datos falsos, fantasiosos y ficticios que cumplen con el propósito de la mente perversa de seguir parasitando, de seguir generando confusión, ya que como bien dice el dicho popular: a río revuelto, ganancia de pescadores.
Cuando hablo de la mente perversa me refiero a una gran mente parásita, usurpadora, predadora, dominadora y satánica, que aún hoy por hoy, y desde hace eones de tiempo, posee el mundo por medio de la parasitación; la mente egoica humana, la mente inferior, es un fractal de la mente perversa. Pero preciso aclarar, por un lado que la mente perversa no constituye, en absoluto, la totalidad del rango de la mente, sino sólo las dimensiones inferiores de la misma, y por el otro, que ésta pretende suplantar la verdadera Naturaleza de la Consciencia y, por lo tanto, no expresa la Consciencia, cuya Esencia es Amor.
Dada la estructura de nuestro aparato psíquico y de nuestra constitución de seres humanos, albergamos en el alma la semilla de la Divinidad y somos por excelencia seres creadores, generadores perpetuos de realidad, indistintamente de si creamos desde la consciencia o desde la inconsciencia, desde la armonía o la desarmonía. Estamos constantemente creando la realidad que nos circunda y nuestra creación se proyecta en el plano de la tercera dimensión donde estamos encarnados, el cual es un plano de simulación, una pantalla que refleja, de forma absolutamente fiel y coherente, aquello que está en el foco de nuestra consciencia, ya sea consciencia despierta o consciencia velada. En este punto es necesario precisar, otro detalle de suma importancia relativo al funcionamiento de la energía que se puede sintetizar con la frase lo similar atrae a lo similar: lo que atraemos a nuestro campo energético y de experiencia está en coherencia frecuencial con la vibración que emite la totalidad de nuestro sistema interno. Este maravilloso y perfecto mecanismo según el cual lo que nos sucede y atraemos a nuestra vida está en coherencia frecuencial con aquello que emitimos desde el interior, es lo que nos permite el autoconocimiento y por ende evolucionar y ascender de frecuencia; de ahí que tenga sentido la frase: por sus frutos los conoceréis. Es necesario aclarar que no existe tal cosa como la inconsciencia en cuanto que sustancia, sólo existe la consciencia velada, es decir la consciencia emitida por los seres que no ha llegado aún a ser autoconscientes. Consciencia y Energía son las dos polaridades primigenias, de las que surge todo lo creado y manifiesto, el eterno masculino y el eterno femenino respectivamente, siendo la Energía la eterna asistente, concurrente y concomitante de la Consciencia; es decir, la energía es la sustancia inseparable de la consciencia, que se ordena, se concentra o disipa, se expande o se contrae y responde, eternamente a ella de cualquier manera que corresponda.
Que la Esencia o la Naturaleza de la Consciencia es Amor es para mí una certeza. Resulta difícil explicar esto, pero quizás sirva esta deducción: La Consciencia es el Origen de todo, la totalidad de todo (valga la redundancia) aquella Virtud metafísica que todo lo vincula, aquello que todo lo incluye y abarca, que nada rechaza, aquello de lo que todo surge y a lo que todo vuelve. Esa capacidad de abarcarlo todo es, justamente, la Naturaleza del Amor, atributo que, extrapolado al plano de la experiencia humana, se expresa como “aceptación”; la aceptación implica la facultad de la autoconsciencia en relación a aquello que es aceptado, estado al que se llega mediante la autoindagación. Así que, desde la perspectiva de la experiencia, para integrar primero hay que aceptar, pero para aceptar, primero hay que conocer. No se puede aceptar lo que no se ve. Por lo tanto, la integración de la experiencia en la propia consciencia es el fruto de un acto volitivo.
En contraposición, tenemos la evidencia de que la mente perversa, la mente parasitadora y parasitada, es absolutamente contraria a esta naturaleza, puesto que para perpetuarse se vale de la inconsciencia del ser, puntal del inconsciente colectivo. La mente perversa que, por incapacidad para conectar con la Fuente se nutre de los efluvios emocionales de rango inferior, toma posesión de la energía mental y la domina para su propio y egoísta beneficio.
Hasta que la mente del ser humano no se pone voluntariamente al servicio de la Consciencia, prevalece en él la mente perversa, cosa que imposibilita la asunción de su Real y Divina Identidad. A la práctica esto significa que, no hay liberación posible si el ser no se compromete firmemente y se aplica activamente en la armonización de su campo energético, lo que equivale a comprometerse consigo mismo, con el completo descubrimiento de sí mismo y de su psique, lo cual implica a la práctica una decisión firme y sostenida de autoindagación. Mientras esto no se hace, el ser permanece lejos de sí mismo, ajeno a sí mismo y ajeno a su prójimo, y por lo tanto a merced de los depredadores y parásitos mentales, que siempre están al acecho. Sin ese enfoque hacia adentro, honesto, profundo y comprometido, que le va a permitir alcanzar el conocimiento de sus tendencias mentales, creencias, patrones de conducta filiaciones, contratos, adicciones emocionales, etc. para aceptar -amar- e integrar todo ello en la consciencia, el ser se priva a sí mismo, sin saberlo, de la conexión con su centro, su Corazón, sede y templo de la Divinidad interior, custodio de su Real Identidad y lugar de conexión con la Fuente.
Cuando el ser permanece lejos de sí mismo, prevalece en él el engaño. De dicho engaño se valen los parásitos y depredadores que actúan desde las sombras implantando pensamientos de rango inferior y sometiendo a la mente para que se mantenga, el mayor tiempo posible, modulada dentro de la banda de frecuencia densa que llamamos miedo, que no es otra cosa que el estado opuesto al Amor. En ese estado de cosas, la mente perversa suplanta la Verdadera Identidad del Ser, sometiendo a los seres humanos a multitud de falsas y engañosas identidades, con el único propósito de seguir fagocitando a sus víctimas.
En síntesis, el estado inferior en el que vive el ser que permanece sometido al depredador, es decir, a la mente perversa, sólo se trasciende desde el ejercicio voluntario de la consciencia y una voluntad firme, inamovible, de dominar la inercia tóxica de la mente inferior para armonizar el propio campo energético y elevarlo de frecuencia. Es un trabajo arduo que implica mantener una atención sostenida sobre los diálogos internos de la mente, sobre los relatos condicionados que el ser se repite a sí mismo hasta la saciedad. Es un trabajo arduo porque implica vencer la poderosa inercia de la mente inferior tan identificada con el mundo distópico en el que estamos encarnados. Sin embargo, hay un pensamiento que a mí me sirve con frecuencia para salir a flote de las dificultades: la oscuridad nunca podrá vencer a la luz de forma definitiva, puesto que la simple llama de una vela revela la información que atesoraba la oscuridad en una determinada estancia.